16 de septiembre de 2014OFICIO DE LECTURASANTOS CORNELIO, PAPA Y CIPRIANO, OBISPO, MÁRTIRESMEMORIA16 de septiembre Del común de Mártires: para varios mártires. Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258). INVOCACIÓN INICIAL Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día: V. Señor, abre mis labios R. Y mi boca proclamará tu alabanza. Se añade el Salmo del Invitatorio [Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23], con la siguiente antífona: Antífona: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires, Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora: V. Dios mío, ven en mi auxilio R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. HIMNO Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura, o bien: Pléyade santa y noble de mártires insignes, testigos inmortales del Cristo victimado; dichosos, pues sufristeis la cruz de vuestro Amado Señor, que a su dolor vuestro dolor ha unido. Bebisteis por su amor el cáliz de la sangre, dichosos cireneos, camino del Calvario seguisteis, no dejasteis a Jesús solitario, llevasteis vuestra cruz junto a su cruz unida. Rebosa ya el rosal de rosas escarlatas y la luz del sol tiñe de rojo el alto cielo, la muerte estupefacta contempla vuestro vuelo, enjambre de profetas y justos perseguidos. Vuestro valor intrépido deshaga cobardías de cuantos en la vida persigue la injusticia; siguiendo vuestras huellas, hagamos la milicia, sirviendo con amor la paz de Jesucristo. Amén. Antífona 1: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro. SALMO 101 - I DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti; no me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco, escúchame en seguida. Que mis días se desvanecen como humo, mis huesos queman como brasas; mi corazón está agostado como hierba, me olvido de comer mi pan; con la violencia de mis quejidos, se me pega la piel a los huesos. Estoy como lechuza en la estepa, como búho entre ruinas; estoy desvelado, gimiendo, como pájaro sin pareja en el tejado. Mis enemigos me insultan sin descanso; furiosos contra mí, me maldicen. En vez de pan, como ceniza, mezclo mi bebida con llanto, por tu cólera y tu indignación, porque me alzaste en vilo y me tiraste; mis días son una sombra que se alarga, me voy secando como la hierba. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Antífona 1: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro. Antífona 2: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos. SALMO 101 - II DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO Tú, en cambio, permaneces para siempre, y tu nombre de generación en generación. Levántate y ten misericordia de Sión, que ya es hora y tiempo de misericordia. Tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas: los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión, y aparezca en su gloria, y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones, quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor: Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte, para anunciar en Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Antífona 2: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos. Antífona 3: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. SALMO 101 - III DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO El agotó mis fuerzas en el camino, acortó mis días; y yo dije: «Dios mío, no me arrebates en la mitad de mis días.» Tus años duran por todas las generaciones: al principio cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, tú permaneces, se gastarán como la ropa, serán como un vestido que se muda. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán. Los hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en tu presencia. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Antífona 3: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. VERSÍCULO V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza. R. Inclina el oído a las palabras de mi boca. PRIMERA LECTURA Del libro de Ester 4, 18; 15, 2-3; 24, 9-17 MARDOQUEO APREMIA A ESTER A ENTREVISTARSE CON EL REY Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza, y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos, hasta llegar ante la Puerta Real, pues nadie podía pasar la puerta cubierto de saco. En todas las provincias, dondequiera que se publicaban la orden y el edicto real, había entre los judíos gran duelo, ayunos y lágrimas y lamentos, y a muchos el saco y la ceniza les sirvió de lecho. Las siervas y eunucos de Ester vinieron a comunicárselo. La reina se llenó de angustia y mandó enviar a Mardoqueo vestidos para que se vistiese y se quitase el saco, pero él no quiso. Llamó Ester a Hatak, uno de los eunucos que el rey había puesto a su servicio, y lo envió a Mardoqueo para enterarse de lo que pasaba y a qué obedecía todo aquello. Salió Hatak y se dirigió hacia Mardoqueo, que estaba en la plaza de la ciudad, frente a la Puerta Real. Mardoqueo le informó de todo cuanto había pasado y de la suma de dinero que Amán había prometido entregar al tesoro real por el exterminio de los judíos. Le dio también una copia del texto del edicto de exterminio publicado en Susa, para que se lo enseñara a Ester y se informara; y ordenó a la reina que se presentase ante el rey, ganase su favor y abogase por su pueblo. «Acuérdate —le mandó decir— de cuando eras pequeña y recibías el alimento de mi mano. Porque Amán, el segundo después del rey, ha sentenciado nuestra muerte. Ora al Señor, habla al rey en favor nuestro y líbranos de la muerte.» Regresó Hatak e informó a Ester de las palabras de Mardoqueo. Ester mandó a Hatak que dijera a Mardoqueo: «Todos los servidores del rey y todos los habitantes de las provincias del rey saben que todo hombre o mujer que se presente al rey, en el patio interior, sin haber sido llamado, es condenado a muerte por el edicto, salvo aquel sobre quien el rey extienda su cetro de oro; y hace ya treinta días que yo no he sido llamada a presencia del rey.» Pusieron en conocimiento de Mardoqueo la respuesta de Ester, y éste ordenó que le contestaran: «No te imagines que por estar en la casa del rey te vas a librar tú sola entre todos los judíos, porque, sí te empeñas en callar en esta ocasión, por otra parte vendrá el socorro y la liberación de los judíos, mientras que tú y la casa de tu padre pereceréis. ¡Quién sabe si precisamente para una ocasión semejante has llegado a ser reina!» Ester mandó que respondieran a Mardoqueo: «Vete a reunir a todos los judíos que hay en Susa y ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis siervas ayunaremos. Y así, a pesar de la ley, me presentaré ante el rey; y, si tengo que morir, moriré.» Se alejó Mardoqueo y ejecutó cuanto Ester le había mandado. RESPONSORIO R. Nunca he puesto mi esperanza más que en ti, Señor, Dios de Israel; * tú que, después de estar airado, te compadeces de los hombres en la tribulación y perdonas todos sus pecados. V. Señor Dios, creador del cielo y de la tierra, ten misericordia de nuestra debilidad. R. Tú que, después de estar airado, te compadeces de los hombres en la tribulación y perdonas todos sus pecados. SEGUNDA LECTURA De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir (Carta 60,1-2. 5: CSEL 3, 691-692. 694-695) UNA FE GENEROSA Y FIRME Cipriano a su hermano Cornelio: Hemos tenido noticia, hermano muy amado, del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el honor de vuestra confesión, que nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas. En efecto, si formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias? ¿O qué hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos? No hay manera de expresar cuán grande ha sido aquí la alegría y el regocijo, al enterarnos de vuestra victoria y vuestra fortaleza: de cómo tú has ido a la cabeza de tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo, y de cómo esta confesión tuya, como cabeza de tu Iglesia, se ha visto a su vez robustecida por la confesión de los hermanos; de este modo, precediéndolos en el camino hacia la gloria, has hecho que fueran muchos los que te siguieran, y ha sido un estímulo para que el pueblo confesara su fe el hecho de que te mostraras tú, el primero, dispuesto a confesarla en nombre de todos; y, así, no sabemos qué es lo más digno de alabanza en vosotros, si tu fe generosa y firme o la inseparable caridad de los hermanos. Ha quedado públicamente comprobada la fortaleza del obispo que está al frente de su pueblo y ha quedado de manifiesto la unión entre los hermanos que han seguido sus huellas. Por el hecho de tener todos vosotros un solo espíritu y una sola voz, toda la Iglesia de Roma ha tenido parte en vuestra confesión. Ha brillado en todo su fulgor, hermano muy amado, aquella fe vuestra, de la que habló el Apóstol. Él preveía, ya en espíritu, esta vuestra fortaleza y valentía, tan digna de alabanza, y pregonaba lo que más tarde había de suceder, atestiguando vuestros merecimientos, ya que, alabando a vuestros antecesores, os incitaba a vosotros a imitarlos. Con vuestra unanimidad y fortaleza, habéis dado a los demás hermanos un magnífico ejemplo de estas virtudes. Y, teniendo en cuenta que la providencia del Señor nos advierte y pone en guardia y que los saludables avisos de la misericordia divina nos previenen que se acerca ya el día de nuestra lucha y combate, os exhortamos de corazón, en cuanto podemos, hermano muy amado, por la mutua caridad que nos une, a que no dejemos de insistir junto con todo el pueblo, en los ayunos, vigilias y oraciones. Porque éstas son nuestras armas celestiales, que nos harán mantener firmes y perseverar con fortaleza; éstas son las defensas espirituales y los dardos divinos que nos protegen. Acordémonos siempre unos de otros, con grande concordia y unidad de espíritu, encomendémonos siempre mutuamente en la oración y prestémonos ayuda con mutua caridad cuando llegue el momento de la tribulación y de la angustia. RESPONSORIO R. Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo. V. Revistámonos de fuerza y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable, con una fe sincera, con una total entrega. R. Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo. ORACIÓN Señor, tú que en los santos Cornelio y Cipriano diste a tu pueblo pastores llenos de celo y mártires victoriosos, concédenos por su valiosa intercesión, ser firmes e invencibles en la fe y trabajar con verdadero empeño por lograr la unidad de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén. CONCLUSIÓN V. Bendigamos al Señor. R. Demos gracias a Dios. |