16 de julio de 2015
OFICIO DE LECTURA
NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN MEMORIA
Del Común de la Santísima Virgen María. Del jueves III del Salterio
NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN. (MEMORIA) Las sagradas Escrituras celebran la belleza del Carmelo, donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo. En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron a aquel monte, constituyendo más tarde una Orden dedicada a la vida contemplativa, bajo el patrocinio de la Virgen María.
INVOCACIÓN INICIAL
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Antífona: Venid, adoremos a Cristo, Hijo de María Virgen.
[ver salmo]
[no ver salmo]
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
HIMNO
María, pureza en vuelo, Virgen de vírgenes, danos la gracia de ser humanos sin olvidarnos del cielo. Enséñanos a vivir; ayúdenos tu oración; danos en la tentación la gracia de resistir. Honor a la Trinidad por esta limpia victoria. Y gloria por esta gloria que alegra la cristiandad. Amén.
SALMODIA
Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
SALMO 88 - IV
LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
Tú, encolerizado con tu Ungido, lo has rechazado y desechado; has roto la alianza con tu siervo y has profanado hasta el suelo su corona; has derribado sus murallas y derrocado sus fortalezas; todo viandante lo saquea, y es la burla de sus vecinos; has sostenido la diestra de sus enemigos y has dado el triunfo a sus adversarios; pero a él le has embotado la espada y no lo has confortado en la pelea; has quebrado su cetro glorioso y has derribado su trono; has acortado los días de su juventud y lo has cubierto de ignominia. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
SALMO 88 - V
LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido y arderá como un fuego tu cólera? Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida y lo caducos que has creado a los humanos. ¿Quién vivirá sin ver la muerte? ¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo? ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia que por tu fidelidad juraste a David? Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos: lo que tengo que aguantar de las naciones, de cómo afrentan, Señor, tus enemigos, de cómo afrentan las huellas de tu Ungido. Bendito el Señor por siempre. Amén, amén. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
SALMO 89
BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios. Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: «Retornad, hijos de Adán.» Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. ¡Cómo nos ha consumido tu cólera y nos ha trastornado tu indignación! Pusiste nuestras culpas ante ti, nuestros secretos ante la luz de tu mirada: y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera, y nuestros años se acabaron como un suspiro. Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan. ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira, quién ha sentido el peso de tu cólera? Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos; por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas. Que tus siervos vean tu acción, y sus hijos tu gloria. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
VERSÍCULO
V. En ti, Señor, está la fuente viva. R. Y tu luz nos hace ver la luz.
PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de Samuel 7, 1 -2 5
VATICINIO MESIÁNICO DE NATÁN
En aquellos días, cuando el rey David se hubo establecido en su casa y el Señor le concedió la paz de todos sus enemigos de alrededor, dijo el rey al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro mientras que el arca de Dios habita entre pieles.» Respondió Natán al rey: «Anda, haz todo lo que te dicta el corazón, porque el Señor está contigo.» Pero aquella misma noche vino la palabra de Dios a Natán, diciendo: «Ve y di a mi siervo David: "Esto dice el Señor: ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? No he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los hijos de Israel de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda, en una morada. En todo el tiempo que he caminado entre todos los hijos de Israel ¿he dicho acaso a uno de los jueces de Israel, a los que mandé que apacentaran a mi pueblo de Israel: 'Por qué no me edificáis una casa de cedro'?" Ahora pues, di esto a mi siervo David: "Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo en todas tus empresas, he eliminado de delante de ti a todos tus enemigos y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra; fijaré un lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado y los malhechores no seguirán oprimiéndolo como antes, en el tiempo en que instituí jueces en mi pueblo Israel; le daré paz con todos sus enemigos. El Señor te anuncia que él te edificará una casa. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti el linaje que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Él construirá una casa para mi nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo. Si hace el mal, lo castigaré con vara de hombres y con castigos usuales entre los hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl, a quien quité de delante de mí. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente."» Y Natán habló a David según todas estas palabras y esta visión. El rey David entró, y se sentó ante el Señor y dijo: «¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa, que me has traído hasta aquí? Y aun esto es poco a tus ojos, Señor Dios, que extiendes también la promesa a la casa de tu siervo para el futuro lejano; y ésta es la ley del hombre, Señor Dios. ¿Qué más podrá David añadir a estas palabras, ahora que me tienes conocido, Señor Dios? Has realizado todas estas grandes cosas según tu palabra y tu corazón, para dárselo a conocer a tu siervo. Por eso eres grande, Señor Dios, nadie como tú, no hay Dios fuera de ti, como oyeron nuestros oídos. ¿Qué otro pueblo hay en la tierra como tu pueblo, Israel, a quien Dios haya ido a rescatar para hacerlo su pueblo, dándole renombre y haciendo en su favor grandes y terribles cosas, expulsando de delante de tu pueblo, al que rescataste, a naciones y dioses extraños? Tú te has constituido a tu pueblo Israel para que sea tu pueblo para siempre, y tú, Señor Dios, eres su Dios. Y ahora, Señor Dios, mantén firme eternamente la palabra que has dirigido a tu siervo y a su casa, y haz según tu palabra.»
RESPONSORIO (Cf. Lc 1, 30-32; Sal 131, 1)
R. El ángel Gabriel dijo a María: «Concebirás y darás a luz un hijo, y Dios le dará el trono de David, su padre; * y reinará en la casa de Jacob para siempre. V. El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. R. Y reinará en la casa de Jacob para siempre.
SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 1 en la Natividad del Señor, 2. 3: PL 54,191-192)
MARÍA, ANTES DE CONCEBIR CORPORALMENTE, CONCIBIÓ EN SU ESPÍRITU
Dios elige a una virgen de la descendencia real de David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu. Y, para que no se espantara, ignorando los designios divinos, al observar en su cuerpo unos cambios inesperados, conoce, por la conversación con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar en ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que su virginidad ha de permanecer sin detrimento. ¿Por qué había de dudar de este nuevo género de concepción, si se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder? Su fe y su confianza quedan, además, confirmadas cuando el ángel le da una prueba de la eficacia maravillosa de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha obtenido también una inesperada fecundidad: el que es capaz de hacer concebir a una mujer estéril puede hacer lo mismo con una mujer virgen. Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de Dios, que en el principio estaba junto a Dios, por medio del cual se hizo todo, y sin el cual no se hizo nada, se hace hombre para librar al hombre de la muerte eterna; se abaja hasta asumir nuestra pequeñez, sin menguar por ello su majestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era, une la auténtica condición de esclavo a su condición divina, por la que es igual al Padre; la unión que establece entre ambas naturalezas es tan admirable, que ni la gloria de la divinidad absorbe la humanidad, ni la humanidad disminuye en nada la divinidad. Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola persona, la majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible, Dios verdadero y hombre verdadero se conjugan armoniosamente en la única persona del Señor; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres pudo a la vez morir y resucitar, por la conjunción en él de esta doble condición. Con razón, pues, este nacimiento salvador había de dejar intacta la virginidad de la madre, ya que fue a la vez salvaguarda del pudor y alumbramiento de la verdad. Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que convenía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se mostró igual a nosotros por su humanidad, superior a nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido Dios verdadero, no hubiera podido remediar nuestra situación; si no hubiera sido hombre verdadero, no hubiera podido darnos ejemplo. Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?
RESPONSORIO
R. Celebremos la festividad de la gloriosa Virgen María, en cuya humildad puso el Señor sus ojos; * ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo anunció. V. Cantemos alabanzas a Cristo en este día, al celebrar las glorias de la admirable Madre de Dios. R. Ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo anunció.
ORACIÓN
Haz venir, Señor, sobre nosotros la poderosa intercesión de la gloriosa Virgen María, para que, protegidos con su auxilio, podamos llegar a tu monte santo, que es Jesucristo, tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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