11 de febrero de 2016
OFICIO DE LECTURA
SAN PEDRO DE JESÚS MALDONADO, MÁRTIR MEMORIA
Del Común de los mártires: para un mártir. Del jueves IV del Salterio
SAN PEDRO DE JESÚS MALDONADO, mártir (MEMORIA). Pedro de Jesús Maldonado Lucero nació en Chihuahua, Chih., el 15 de junio de 1892 en el barrio de San Nicolás. Fue Ordenado sacerdote el 25 de enero de 1918, en El Paso, Tx., ejerciendo su ministerio con gran celo pastoral. Durante el tiempo de la persecución religiosa fue creciendo en su corazón el deseo del martirio, del que hablaba con frecuencia, decía: “Por qué temer…?” Hasta que un día lo aprehendieron y golpearon, dejándolo moribundo en el pueblo de Santa Isabel; de allí fue trasladado a Chihuahua donde murió en el aniversario 19 de su primera Misa, el 11 de febrero de 1937, fiesta de la Virgen de Lourdes.
INVOCACIÓN INICIAL
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Antífona: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
[ver salmo]
[no ver salmo]
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
HIMNO
Pléyade santa y noble de mártires insignes, testigos inmortales del Cristo victimado; dichosos, pues sufristeis la cruz de vuestro Amado Señor, que a su dolor vuestro dolor ha unido. Bebisteis por su amor el cáliz de la sangre, dichosos cireneos, camino del Calvario seguisteis, no dejasteis a Jesús solitario, llevasteis vuestra cruz junto a su cruz unida. Rebosa ya el rosal de rosas escarlatas y la luz del sol tiñe de rojo el alto cielo, la muerte estupefacta contempla vuestro vuelo, enjambre de profetas y justos perseguidos. Vuestro valor intrépido deshaga cobardías de cuantos en la vida persigue la injusticia; siguiendo vuestras huellas, hagamos la milicia, sirviendo con amor la paz de Jesucristo. Amén.
SALMODIA
Antífona 1: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.
SALMO 43 - I
ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS
¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado: la obra que realizaste en sus días, en los años remotos. Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles, y los plantaste a ellos; trituraste a las naciones, y los hiciste crecer a ellos. Porque no fue su espada la que ocupó la tierra, ni su brazo el que les dio la victoria; sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque tú los amabas. Mi rey y mi Dios eres tú, que das la victoria a Jacob: con tu auxilio embestimos al enemigo, en tu nombre pisoteamos al agresor. Pues yo no confío en mi arco, ni mi espada me da la victoria; tú nos das la victoria sobre el enemigo y derrotas a nuestros adversarios. Dios ha sido siempre nuestro orgullo, y siempre damos gracias a tu nombre. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.
Antífona 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.
SALMO 43 - II
ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras tropas: nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea. Nos entregas como ovejas a la matanza y nos has dispersado por las naciones; vendes a tu pueblo por nada, no lo tasas muy alto. Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones. Tengo siempre delante mi deshonra, y la vergüenza me cubre la cara al oír insultos e injurias, al ver a mi rival y a mi enemigo. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.
Antífona 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.
SALMO 43 - III
ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS
Todo esto nos viene encima, sin haberte olvidado ni haber violado tu alianza, sin que se volviera atrás nuestro corazón ni se desviaran de tu camino nuestros pasos; y tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas. Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios y extendido las manos a un dios extraño, el Señor lo habría averiguado, pues él penetra los secretos del corazón. Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.
VERSÍCULO
V. El que medita la ley del Señor. R. Da fruto a su tiempo.
PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del Éxodo 1, 1-22
OPRESIÓN DE ISRAEL
Lista de los israelitas que fueron a Egipto con Jacob, cada uno con su familia: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser; descendientes directos de Jacob: setenta personas. José estaba ya en Egipto. Muerto José y sus hermanos y toda aquella generación, los israelitas crecían y se propagaban, se multiplicaban y se hacían fuertes en extremo y llenaban todo el país. Subió luego al trono de Egipto un Faraón nuevo que no había conocido a José, y dijo a su pueblo: «Mirad, el pueblo de Israel se está haciendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el enemigo, nos atacará y después se marchará de nuestra tierra.» Así pues, nombraron capataces que los oprimieran con cargas, en la construcción de las ciudades-granero, Pitom y Ramsés. Pero cuanto más los oprimían, más ellos crecían y se propagaban, de modo que los egipcios llegaron a temer a los hijos de Israel. Entonces les impusieron trabajos crueles y les amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro y de los ladrillos, y toda clase de trabajos del campo. El rey de Egipto ordenó a las parteras hebreas: «Cuando asistáis a las hebreas y les llegue el momento, si es niño lo matáis, si es niña la dejáis con vida.» Pero las parteras temían a Dios y no hicieron lo que les mandaba el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los recién nacidos. El rey de Egipto llamó a las parteras y las interrogó: «¿Por qué hacéis eso y dejáis con vida a las criaturas?» Contestaron al Faraón: «Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias, sino que son robustas y dan a luz antes de que lleguemos a ellas.» Dios premió a las parteras: el pueblo crecía y se hacía fuerte, y a ellas también les dio familia, porque temían a Dios. Entonces ordenó el Faraón a toda su gente: «Cuando nazca un niño echadlo al Nilo, pero si es niña dejadla con vida.»
RESPONSORIO (Gn 15, 13-14; Is 49,26)
R. Dijo Dios a Abraham: «Has de saber que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, y tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años. * Y yo juzgaré al pueblo a quien han de servir.» V. Yo soy el Señor, tu salvador y redentor. R. Y yo juzgaré al pueblo a quien han de servir.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo (Sermón 329, en el natalicio de los mártires, 1-2: PL 38,1454-1456)
PRECIOSA ES LA MUERTE DE LOS MÁRTIRES, COMPRADA CON EL PRECIO DE LA MUERTE DE CRISTO
Por los hechos tan excelsos de los santos mártires, en los que florece la Iglesia por todas partes, comprobamos con nuestros propios ojos cuán verdad sea aquello que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles, pues nos place a nosotros y a aquel en cuyo honor ha sido ofrecida. Pero el precio de todas estas muertes es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba al momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo. Fueron comprados los fieles y los mártires: pero la fe de los mártires ha sido ya comprobada; su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió, lo han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido. Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? Esto es lo que nos enseña el salmo que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles. En este salmo el autor consideró cuán grandes cosas había recibido del Señor; contempló la grandeza de los dones del Todopoderoso, que lo había creado, que cuando se había perdido lo buscó, que una vez encontrado le dio su perdón, que lo ayudó, cuando luchaba, en su debilidad, que no se apartó en el momento de las pruebas, que lo coronó en la victoria y se le dio a sí mismo como premio; consideró todas estas cosas y exclamó: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación. ¿De qué copa se trata? Sin duda de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconocemos por las palabras de Cristo, cuando dice: Padre, si es posible, que se aleje de mí ese cáliz. De este mismo cáliz, afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?, «No», dice el mártir. «Por qué?» «Porque he invocado el nombre del Señor.» ¿Cómo podrían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires, y por medio de ellos, en la tierra, vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor. Por tanto, queridos hermanos, concebid en vuestra mente y en vuestro espíritu lo que no podéis ver con vuestros ojos, y sabed que mucho le place al Señor la muerte de sus fieles.
RESPONSORIO
V. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. * Ahora me aguarda la corona merecida. R. Lo perdí todo a fin de tener una íntima experiencia de Cristo y de la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte. V. Ahora me aguarda la corona merecida.
ORACIÓN
Dios todopoderoso y eterno, que concediste a san Pedro de Jesús Maldonado luchar por la fe hasta derramar su sangre, haz que, ayudados por su intercesión, soportemos por tu amor nuestras dificultades y con valentía caminemos hacia ti que eres la fuente de toda vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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